martes, 15 de marzo de 2011

REVOLUCIONES EN LA PAZ

… Caían gotas gorditas sobre la ciudad de la Paz en una tarde de sábado que invitaba a dejarse tocar por el agua del cielo gris. Dulce agua sobre el cuerpo me hacia sentir vivo, parte de la vida.
Llegué a Villa Fátima desde Coroico. Tenía que trasladarme en combi o minibús a la Plaza Murillo en el corazón de la Paz y en el centro político del país. Esta plaza ha sido espacio de luchas y movilizaciones, y sobre sus márgenes se encuentra el Palacio Quemado donde se encuentra el ejecutivo y el Palacio Legislativo.
En la Plaza Murillo hasta la década del 50 del siglo pasado estaba prohibido que los indígenas ingresaran a la plaza. La alta sociedad blanca o mestiza manifestaba su descontento de la presencia de los y las originarios/as argumentando que dicha representación contrastaba con la modernidad que debía alcanzar Bolivia. Hoy la plaza muestra desde sus edificios banderas Whipalas que representan la unidad en la diversidad, y es un lugar de concentración de manifestaciones políticas-culturales donde marchan ponchos de todos los colores con rostros de indígenas aymaras, quechuas, guaraníes y mestizos.
Estas son las paradojas a contrapelo de quienes hacen de la muerte un trofeo y de quienes celebran la vida como un regalo de los dioses. Disputas de siglos, y esperanzas de resurrección.
Me bajé en Plaza Murillo apreciando su belleza arquitectónica y su diversidad de colores bajo un cielo chamuscado. Confiado en mi memoria de viajero y mi olfato de huellas pasadas, fui subiendo por las empinadas calles en busca del hospedaje El Carretero. En este lugar compartí anteriores encuentros de amistad y otros sentires. Mi brújula me llevó hasta la puerta del ahora gran Carretero que ha crecido horizontal y verticalmente. 

Amanecer de domingo, Gran Feria en el barrio del Alto. Antes unos mates mañaneros en una cocina de nacionalidades entrelazadas, compartiendo rutas de viaje y haciendo recomendaciones de dónde ir y dónde no. Con dos argentinas, decidimos terminar los mates y hacer viaje al Alto.
La Feria son cuadras y cuadras de todo tipo de objetos nuevos, usados, truchos y truchisimos, siempre acompañados por el olor a frito de las comidas, y las raspaditas de todos los gustos frutales. Esta feria funciona los días jueves y domingos.
En la Feria no compré mucho, pese a que se dice que estaba muy barato. Allí pude comprar un poncho de agua y un libro que me duró muy poco tiempo.
Resulta que en un momento de sorpresa, alguien me toca el hombro y me saludo con mucho afecto. Me costó darme cuenta que se trataba de Wilson. Adolescente ahora, era un pequeño niño de la villa 31 de Retiro en la ciudad de Buenos Aires que participaba con muchas ganas de un taller de sicus que realizaba con otro amigo. Él había regresado a Bolivia y estaba viviendo con sus abuelos. Me invitó a su casa a pasar unos días. Vivía cerca de Tiawanaco, alejada de la ciudad de la Paz. En ese momento, tenía la intensión de ir en unos días, pero al final agarré otra ruta de viaje. En la despedida, me salió regalarle el libro “Los fundadores del Alba” una obra de Renato Prada Oropeza, con una dedicatoria especial. Sentí en el encuentro lo cuanto valió para este chico el taller y sobre todo la música colectiva del sicus.
Con los pies cansados regresamos al Carretero para cocinarnos unos fideos con un vino tinto. Panza llena y calentita para cerrar los ojos y entrar al viaje de los sueños.
Comenzaba la semana en una ciudad que de Paz no tiene nada. Nada pacifica sino revolucionaria. Es una ciudad de una belleza irregular, imperfecta, desordenada. La Paz es un caos creativo, es la ciudad Big Bang, que todo el tiempo se transforma. Tal es así, que luego de tres veces de visitarla, me sigue atrayendo, invitándome a recorrerla y redescubrirla, encontrando lugares que no pude ver dentro de tanto caos.
La Paz fue un tiempo para hacer arreglos de la máquina de fotos, del mp4 y del celular. Ninguno se pudo solucionar. Todo lo que llevaba de electrónico se fue rompiendo en el camino. Fue así que estuve por varias casas de reparación buscando arreglos en vano.
La Paz fue un tiempo de museos. Pude visitar el museo "Museo de Instrumentos Musicales de Bolivia” bajo la dirección del folklorista boliviano Ernesto Cavour. El museo cuenta con más de 10.000 instrumentos, desde los precolombinos, republicanos, contemporáneos, etc. hasta una gran variedad de instrumentos musicales análogos, traídos por el director de muchas partes del mundo. Fue una hermosa visita, donde me quede con las ganas de comprar un libro de instrumentos musicales de Bolivia del mismo Cavour. Si alguien va, me lo trae porfa. Estaba bien bueno y barato. Otro lugar que fui es el “Museo de la Coca” donde uno recorre la historia de esta planta milenaria desde su excisencia hasta la actualidad, mostrando su uso diario por el campesino, sus creencias y las ceremonias donde su utiliza como ofrenda a la Pachamama. También uno puede leer la maldición que ha caído sobre el hombre blanco al colonizar al pueblo indígena y el castigo divino del veneno que puede producirse con la hoja de coca. Puedes irte del Museo con algunas golosinas en base a coca. El otro museo que he ido es el Museo de Textiles Andinos Bolivianos, en la zona de Miraflores de la ciudad de La Paz, el cual es el único centro en Bolivia dedicado al arte textil de los pueblos originarios de los Andes. Aquí las cosas están caritas.

La Paz fue un tiempo de compras inevitables en un mercado cada vez más lleno de manufacturas que de artesanías. La Gran Industria ha devoradora el arte y se expande destruyendo al taller y construyendo empresas manufacturadas. La Máquina no piensa y se olvida de la historia, la cultura, el relato oral y las enseñanzas en la práctica. Si bien cada vez hay menos artesanos y por ende menos artesanías, buscando y buscando uno puede encontrar objetos transformados por el ser humano. Las calles de Murillo, Illampu, Linares, Sagarraga, Tarija fueron caminadas horas y horas por mí, buscando aquello que me sorprendiera. No tenía una lista larga o sí?: ponchos, instrumentos de música, libros, chullos, chuspas, chompas, música. La lista finalmente incluyó dos ponchos, un sicus, un sweater, unas medias, una bufanda y varios libros. En algún momento voy a poner mi empresa de artesanías bolivianas en Buenos Aires, y voy a traerme de todo. Se buscan socios. Están avisados.
Luego de haber comprado algunas cositas, me di cuenta que la mochila estaba demasiado cargada y ya no entraban las cosas. Me decidí por una encomienda para Buenos Aires. El camino va a ser largo todavía, y supongo que voy a ir llenando la mochila de nuevos objetos.
Empezaba a despedirme de la Paz, reteniendo en mis ojos el majestuoso Illimani, donde pude apreciar su pico nevado. Y como el sol ese día ya estaba a punto de ocultarse detrás del Altiplano, el Illimani se había teñido de rosado, ruborizado de su propia belleza. Era de noche ya y las luces del Alto acompañaban como estrellas al Valle donde está situada Nuestra Señora de la Paz.
Antes de irme, quería ir a la Peña Gota de Agua. Era temprano, y aún no iba entrar. Me fui a comprar un ispi que es un pescado frito que se come entero, similar a los cornalitos, que se acompaña con choclo, chuñio y papitas. Un vinito era ideal para calentarme y acompañar el pescado. Estaba comiendo a un costado de la Peña, y de caradura pregunté si podía entrar con la comida y la bebida. Tuve la suerte que me dijeron que sí. Apenas entre me acerqué a unos chilenos y empezamos a compartir los primeros vinos. La alegría que tenía, sumado a la bebida, me puso muy contento. Tal es así que con entusiasmo estuve  charlando 10 minutos pensando que eran estudiantes de Teología, cosa que era incorrecta por que estudiaban Geología. No se como pudimos mantener una conversación así. Dios-Tierra-Humanos alguna trilogía ahí. Luego de los vinos, pedimos jarras de singani con jugo. Este manjar de las bebidas blancas, es el licor nacional de Bolivia y tiene una graduación alcohólica de 58%. Con tanta euforia contenida, me acerqué al grupo de música andina que iba a tocar más tarde. Buena amistad pegamos y me pasaran un sicu y una tarka con las cuales acompañe al grupo durante buena parte de las entradas que realizaron en la peña. Era una noche con mucho movimiento. Hasta me puse a bailar, y otras cosas más. En las noches de juerga llega un momento donde a veces uno toma algo de conciencia, y dice “No puedo más, me voy”, algo habitual en mi. Mareado intenté caminar para el alojamiento, pero vi que no pude. Tomé un taxi balbuceando a donde iba. El tipo no sabía donde iba, pero hicimos el esfuerzo de tratar de llegar. Nunca llegamos. En un momento me bajé y seguí caminando, no sabiendo por donde iba. Caminando y cayéndome continuamente trataba de avanzar. Mi equilibrio había perdido todo sentido. Por suerte, estaba tan contento que me divertía al caerme y sentir que mi cuerpo rodaba por las paredes de un barrio que no conocía. Me di cuenta que así no iba a llegar a ningún lado. Volví a tomarme un taxi, algo un poco mejor. Me acordé de una calle y el chofer hizo su esfuerzo por ubicar al Carretero. Finalmente, llegué y fui derecho y en picada hacia mi colchón que estaba tirado en esa pieza que tenía todos los olores mezclados, llenos de humedad.
Amanecí con mucha resaka, y con un mal presentimiento. En un momento, en el que pude recuperarme revisé mi bolso y ese mal augurio se transformó en una profunda tristeza. No tenía la cámara de fotos. Pensé que luego más tranquilo y un poco mejor en mi estabilidad y compostura, la iba encontrar, pero no fue así. No se que me pasó pero este hecho disparó en mi una profunda tristeza, que tenía que ver con que estaba extrañando mucho a mi vida en Buenos Aires. Mi familia, mis amigos, mi perra Sisa, mi casa, mi vida diaria con el trabajo, el fútbol, la música, los asados, las salidas, todo extrañaba. Me había separado de todo ello y se extrañaba. Uno a veces, encuentra en algún hecho fortuito, un canal para viabilizar sentimientos que estaban algo ocultos. Camine por la Paz, con la mirada perdido, sin destino, haciendo memoria de donde podía estar la cámara, pero que se confundía con el recuerdo de los afectos.
Me quería volver a Buenos Aires. Se había cumplido un mes y estaba contento con el viaje que estaba haciendo. No encontraba razón para seguir. Quise llamar a Buenos Aires a mi familia para poder canalizar mi angustia de sentirme lejos de mi Patria Chica y que la necesitaba. No encontré a nadie, sólo un maldito contestador que me decía que en este momento no podían atenderme y que deje un mensaje que será respondido a la brevedad. El silencio fue un gran compañero durante el viaje y de repente “le tengo rabia al silencio”. Muchas cosas sin compartir, sin hablar, guardadas sólo en mi corazón y mi mente, necesitaba contar todo lo lindo del viaje, los problemas, las experiencias auténticas y francas con las personas que me fui encontrando, las cosas tristes, las reflexiones. Había explotado.
Finalmente, decidí que lo mejor era irme rápido de la Paz. El destino Sorata…

1 comentario:

  1. Hey monito, mucha energía para continuar con el recorrido tan hermoso que eestás haciendo. Desde aquí te acompañamos lejos pero cerca, pendientes de tus relatos.

    Un abrazo fuerte!!

    Bocha

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