…Es difícil caminar con piedras, y yo sentía un peso enorme sobre los hombros. Creí que lo mejor era hacerlas rodar. Moverme, no quedarme en la Paz era la solución que encontré momentáneamente para pasar el bajón que tenía. Una trompada fue el golpe, que fue contestado con una cachetada en la otra mejilla para salir del estado de desánimo.
Un giro extraño me llevó hasta la zona del cementerio para buscar un minibús que se dirija a Sorata.
Sorata es una localidad que está a 150 km de la Paz , a más de 2000 metros de altura. Está ubicada sobre un valle fértil para el cultivo que se nutre de una tierra laboriosa y ríos cristalinos, recubierto de bosques húmedos, al pie del apu (dios de la montaña) Illampu de barbas blancas.
Llegué a un pueblo de origen prehispánico, de arquitectura colonial, que tiene en su historia el levantamiento y la toma de la ciudad por parte de los indígenas en tiempos en que Tupac Amaru se alzó con su pueblo contra los españoles. Fue su sobrino Andrés Tupac Amaru y Pedro Vilca Apaza, junto a 20.000 insurgentes quienes se congregaron para dar batalla a los realistas logrando su objetivo.
Una plaza céntrica con muchas palmeras, rodeada de una prolija hilera de arbustos, fue el lugar de parada del minibús. El día me decía buenas noches, dando la bienvenida a la luna y las estrellas.
Bordeé la plaza en busca de un lugar donde poder dormir. Bonitos lugares encontré, sin poder hallar el precio que se ajustara a mi vida de viajero. Me topé con un argentino que tenía marcado en su cuerpo el azul y oro Xeneize, para preguntarle por dónde estaba parando y el precio del lugar. Fue así que bajando por una callecita que se hacía cada vez más angosta llegué al Hostal Bar Casa Regaee.
Bordeé la plaza en busca de un lugar donde poder dormir. Bonitos lugares encontré, sin poder hallar el precio que se ajustara a mi vida de viajero. Me topé con un argentino que tenía marcado en su cuerpo el azul y oro Xeneize, para preguntarle por dónde estaba parando y el precio del lugar. Fue así que bajando por una callecita que se hacía cada vez más angosta llegué al Hostal Bar Casa Regaee.
Me encontré con un alojamiento copado por argentinos donde las identidades futboleras se descubrían por las casacas que cada uno llevaba: Boca, Vélez, Defensores de Belgrano y claro está del Club Atlético Huracán.
Fui a parar por falta de presupuesto a una nueva habitación sin camas donde uno puede tirar su bolsa de dormir.
El hostal tenía un bar y con la mirada aún perdida en no se dónde, me encontré con los tres chilenos con quienes compartí la noche anterior unos vinos y singani. Tuve la esperanza de que me cuenten si recordaban la cámara y los últimos momentos que usamos la misma, pensado que tal vez se la había entregado a alguien. La respuesta fue negativa. No pudieron decirme algo que me diera una esperanza de reencontrarme con mi memoria y a través de ella con la cámara. De todos modos el reencuentro y estar con personas “conocidas” me ayudaron a distraer mi cabeza que estaba maquinando demasiado y sin respiro, repitiéndome a mi mismo que extrañaba mucho.
Estaba cayendo en la cuenta de cuan importantes son los vínculos que uno tiene. De esos que a uno lo sostienen y alimentan: la familia, los amigos, los compañeros de la vida, Sisa. Estaba haciendo un viaje en soledad, que no significa estar solo. La soledad tenía que ver con la incomunicación para poder contar a otro lo que siento/pienso, de sentir que al otro día no vas a ver más a alguien y los caminos se bifurcan, de no saber cuando vas a volver a ver a quienes uno quiere, de que la quema y el barrio están lejos sin poder pisar la tierra que uno siente en el pecho. En el viaje sólo me acompaña la soledad fría y triste. Ella sólo es bonita cuando tenés con quién compartirla y encontrar el calor de las manos del otro.
Caminando sólo, me reencontré conmigo en todas sus versiones: Mono, Wen, Wenceslao, Gorila, Monito. Me di cuenta de toda la luz que tenía a mí alrededor. Todas las lindas personas que me quieren, que quiero, que nos queremos. Estaba dándome cuenta de cuánto los necesito a ustedes. Y al mismo tiempo, de la necesidad de hacer algo para que no haya gente que esté en soledad. De cuántos corazones rotos hay en las esquinas olvidadas de nuestra Patria. Personas a quienes tratamos con indiferencia, incapaces de sentir el frío de su cuerpo y darles un poquitito de calor, con miedo a decir Hola, cómo está, necesita algo, en qué lo puedo ayudar. Qué será que nos pueden decir que nos aterra tanto…
Quise acostarme pero tantas cosas que estaban pasando dentro mío me hacían no entrar en sueño. ¿Para qué dormir si uno no está dispuesto a ello? Caminando hacia la plaza, busqué un teléfono y pude hablar con mi familia. Una gran paz estaba encontrando mi corazón. Aquellas voces que sólo hablan con el amor más puro, eran las palabras que necesitaba para volver a seguir caminando sintiendo el viento sobre mi cara.
Bocanada de aire para abrir el apetito. Una cena con primer plato de sopa y segundo de falso conejo. En el comedor elegido había una guitarreada de gente del lugar. Clásico tras clásico -con voces femeninas acompañando- había una paceña brindando por aquella música del cancionero popular. La música alegraba el ritual de la comida y entre bocado y bocado se me disparaba una sonrisa.
Fue un día difícil para seguir de pie tratando de batallar ideas. En el medio del quilombo de argentinos del hostal, pude finalmente descansar.
La puerta de la habitación se abría y cerraba por mochileros que se iban de aquel cuarto, dejando pasar la luz del día. Así me fui despertando de un sueño que no quería que terminara, sobre dos animales que se amaban. El sueño terminó cuando alguien me decía “Ven a mi casa suburbana” y yo respondía “Sin tus caricias, nena, ¿qué va a ser de mí?”
Con una sonrisa amanecía, cantando el rock and roll del país y suspirando recuerdos imborrables. Me fui a dar una ducha helada para luego tomar unos mates, rutina de ensayo de sicus y tarka y lectura mañanera.
Cuando el sol tocaba las doce del medio día, pasaron los chilenos a invitarme a comer al río San Cristóbal. Les pedí algo de tiempo para organizarme. Rearmé mi kit mañanero y fui a comprar un queso, pan y picante con 10 bolivianos en mano. Ya con todo lo necesario para disfrutar del río, fui a sandalear -caminar con las abarcas- pisando fuerte y dejando huella por un camino de 45 minutos de bajada.
Llegamos a un río de agua cristalina y caudalosa. Sobre sus márgenes marchamos contracorriente buscando algún salto o cascada. Los cuatro salmones fuimos río arriba para encontrar un lindo lugar donde poner en común la comida.
Parecía que la travesía iba a terminar rápido. Nos topamos con un alambrado que impedía el paso. Pues “a desalambrar” y seguir paso compañero/a. Queríamos alcanzar un lugar donde sentirnos mapuches (mapu=tierra – che=gente, gente de la tierra).
No fue el hombre el que nos detuvo sino la naturaleza. Pequeñas gotas, luego aguacero nos obligaron a refugiarnos en un árbol para hacer acampe y sacar la comida y un par de cervezas que llevaban los hermanos chilenos. Bien juntos para no mojarnos, compartimos el “Pan y el Vino”, celebrando la común-unión. Rituales sagrados siguieron cuando se abrió fuego a la mota, ante lo cual armé mi acullico.
Pensábamos que la lluvia era pasajera, pero ella se instaló en el valle para no irse tan pronto como pensábamos. Era tiempo de retirada, el río subía y la lluvia caía cada vez más fuerte.
En la montaña, los caminos y sendas -por los que transitan cabras, ovejas y vacas y el silencio del campesino-, se convierten en ríos cuando cae una fuerte lluvia. Así es que fuimos subiendo al pueblo saltando sobre las piedras y otras veces caminando por debajo del agua. Hubo momentos en que las venas del río se hacían imposibles de cruzar, y sólo la solidaridad, el mano con mano, hacían que podamos atravesarlos sin el riesgo de darnos un golpazo y terminar empapados por el agua barro.
Por fin pudimos llegar a una zona donde la fuerza del agua no nos demostraba su poder. Ahora sólo había que seguir cuesta arriba. El agua nos demostró toda su fuerza pidiéndonos respeto
Apenas llegué al hostal me cambié toda la ropa y me abrigué bien. En un mismo día me había bañado dos veces. Suerte de viajero.
Pensábamos con los amigos chilenos que nos íbamos a volver a cruzar, pero la lluvia hizo que cada uno se guarde en su respectivo alojamiento.
La noche de murmullos y música del Hostal Bar Casa Regaee me invitó a tomar una cerveza y comerme un sándwich de palta, queso, picante y papas fritas. Entre trago y trago, a mirar un mapa pensando en cómo seguir el viaje. No sabía si volver a La Paz para visitar a mi amigo Wilson, y más luego cruzar a Perú por Desaguadero. Viendo además si alguien había devuelto la cámara en la Peña. Ir a la Paz tenía el riesgo de retomar aquel pensamiento de regresar a mi país. Seguía sensibilizado y quién sabe qué decisión podría haber tomado. Consideré que lo mejor era avanzar con el viaje, retroceder siempre podía hacerlo. Seguir adelante fue lo que decidí.
A la mañana temprano, comencé un viaje por fuera de los circuitos tradicionales turísticos: tierra adentro buscando el sonido de ráfagas de vientos y de truenos. Los pueblos de Warisata, Achacachi, Carabuco, Escoma, Charazani y Puerto Acosta serían mi destino…
Wency cuando quieras podes volver eh.
ResponderEliminarSe te extraña ya. Yo creo que tus relatos piden que vuelvas.
Aunque no lo escribas.
Te mando un fuerte abrazo.
Juampi
tu madre no puede decirte otra cosa que wencito querido.tus relatos los leo con lagrimas en los ojos, una por el orgullo que siento por vos y otra por que tus relatos estan llenos de emocion. quisiera estar a tu lado y asi por darte un fuerte abrazo, pero por mi forma de ser te digo que sigas que en esa naturaleza no creo que vayas a estare mas. te quiero.
ResponderEliminarWenceslao del texto de tu libro de viajero lo que más me llamó la atención fue lo relacionado con el extrañar y la incomunicación-soledad. En cuanto a lo primero es normal que te suceda toda vez que es tu primera experiencia. Con respecto a lo segundo es más dificil de resolver pero seguramente que ello te habrá servido para meditar respecto de muchas cosas de la vida y no te olvides que hay un compañero que siempre está dispuesto a escucharte y podes dialogar con Él, a quien nosotros por la vorágine en que vivímos no lo considerámos en toda su dimensión. De lo que estoy seguro es que aunque a veces dejes trasuntar cierta desazón, siempre hay algo innato a nuestra familia, que se llama voluntad y ella te dará fuerza para conseguir el objetivo que propusiste. Adelante y fuerza. Papá
ResponderEliminarMono, increible... sigo tu relato encantado, me dejo levar por el canto de tu voz y el polvo de tus pantalones caen a mi teclado cada vez que espío tus andanzas por tierras lejanas. Sinceramente, es un placer leerte... te felicito, de corazón; me alegro por tu viaje.
ResponderEliminarPAPO
rene: tienes la suerte de haber estado en un lugar mágico, Sorata. Pasé tres buenos años de estudiante allí y los sigo viviendo muy próximos a pesar de las más de dos decadas que ya pasaron. Buen relato
ResponderEliminarhola, soy brasileira y se possible escribeme, haydeegarcez@hotmail.com me gustaria conocerle mejor.
ResponderEliminarAbrazo.