Trinidad amanecía con olor a colchón gastado. No me habían puesto las sábanas. ¿Cuántos cuerpos habrán dormido en esa cama de colchón duro, rígido como una bolsa de boxeo? Para poder flexibilizar mi cuerpo, una ducha de agua fría haría su trabajo masajeando los brazos, el cuello y las piernas.
Luego de que el frío recorriera de punta a punta mi cuerpo, arreglé el bolso buscando mejorar los pesos para no quedar volteado al caminar unas cuadras rumbo a la terminal. Sin embargo, me decidí por una mototaxi que me llevara a tomar “la flota”.
En la terminal me encontré con los catalanes y con la noticia de que el micro que nos iba a trasladar no llegaría a Trinidad porque la carretera estaba en mal estado -producto de las lluvias-. Nos ofrecieron tomarnos unas 4 x 4 rumbo a Sao Borja para luego hacer un traslado a Rurrenabaque. Al mismo tiempo, un chico de Rurrenabaque nos recomendó que tomáramos otra flota, ya que según él que no llegara el micro a Trinidad no se debía a problemas en el camino, sino a desorganización de la empresa.
Nos asaltó la duda de qué hacer... Pero la diferencia de precios, lo poco confortable del viaje en 4 x 4, y la confianza depositada en nuestro amigo de la terminal, nos hizo pensar que lo mejor era tomarnos otro micro y cruzar los dedos para que el clima de lluvias no golpee el camino de tierra.
A los pocos kilómetros de iniciar viaje, se planteó el primer desafío para el colectivero: Todos abajo. El micro debía atravesar una zona de barro. Con las abarcas (sandalias) todoterreno, bajé confiando que el barro sólo iba a molestar, pero no amenazar el calzado. A poco de caminar, me encontré con un charco amenazante en el que había que sumergir abarcas y pasar, pero la sandalia quedó hundida en el lodo. Bueno, a caminar en patas. Fueron unas cuatro cuadras para poder dejar que el micro hiciese su recorrido. Todos arriba. Si sólo había que bajar para que pueda andar, no parecía entonces que el micro tuviera muchos inconvenientes. Error. Iba a comenzar uno de los peores viajes que tuve en mi vida. No sé si fueron muchos, pero les aseguro que pasé por diversos desafíos.
No se cuántos metros -y no digo kilómetros-, y todos abajo de nuevo. Ahora se trataba de jalar (tirar) con una soga el micro para sacarlo de un barrial, y hacer que vuelva a la huella. No iba a ser una, sino como quince las veces que tuviera que bajar la escuadrilla de arrieros de micro. El chofer, como patrón de estancia, nos indicaba: “bajen, jalen, jalen, ahora, fuerte, más fuerte, de nuevo”. Si alguno anda en un vehículo y se queda en el barro, no intente no ensuciarse, sino que haga su mejor esfuerzo y disfrute del barro, más tarde o más temprano, uno va a llegar a destino para bañarse. Es un consejo del Viajero de muchas lunas.
Tal como reseño, quedé embarrado hasta el caracú. Lo mejor que podía pasar es secar rápido, para sacarse las cascaritas de barro de todo el cuerpo. Lo peor igualmente no era el barro en sí. Lo que más me hacía sentir el sacrificio de jalar el micro era que cada vez que lo sacábamos de un pozo o que tratábamos de que no se vaya a la banquina, debíamos caminar en el barro diez cuadras. La idea del chofer era que para poder garantizar que no nos quedemos nuevamente el micro debía andar y andar y andar, y nosotros, caminar, caminar y caminar. El problemita que teníamos era que el micro andaba y andaba, y nosotros caminábamos y caminábamos, pero se volvía a quedar. Entonces, la escuadrilla caminaba de a diez cuadras para sacar al micro nuevamente. En el andar de nosotros, no faltaban las caídas, los patinazos, las guerras de barro, y el dolor de caminar sobre el barro. Gracioso también resultaba que nos ensuciábamos, y nos limpiábamos con el agua del barro, pero duraba poco la limpieza.
Era ya de noche, y no llegábamos a ningún lugar. Entonces se decidió parar en medio del camino sobre un puente para dormir y proseguir la aventura de los hombres de barro al día siguiente.
Cada uno se fue acomodando como podía o quería en el micro. Otros decidimos dormir a la intemperie mirando las estrellas que se reflejaban sobre un río que nos cruzaba. Las cumbias/regaetton de los celulares se apoderaron del silencio de la noche. Había mucha juventud en el micro y los piropos iban y venían. Para los jóvenes a los que nos están saliendo algunas canas sólo nos quedaba dormir. Ayudó para eso una petaquita de ron que circulaba entre los catalanes. Finalmente, el sonido de la noche de insectos, sapos, murciélagos, se adueñó de lo que es su territorio. En un momento los animales de la selva callaron, y habló la lluvia. Desesperados, todos los que dormíamos a la intemperie, subimos al micro o nos colocamos debajo del mismo. Intenté esto último colocándome cerca de la rueda trasera, pero la lluvia era fuerte. Entonces traté de meterme en el micro, buscando mi asiento. Estaba ocupado, y para no interrumpir el sueño de un papá con sus dos hijas en brazos, me acomodé en algún lugar del suelo del pasillo del micro para que la noche pase rápido y arrancáramos viaje. Los constantes pisotones me impidieron pegar un ojo.
¡¡Arriba todos!!! “Chofer, chofer, vamos pues”.
Arrancamos viaje, dispuestos a convertirnos nuevamente en hombres de barro.
Alrededor de las doce, llegamos al pueblo de San Ignacio de Moxos. A este pequeño lugar al que deberíamos haber llegado en dos horas, y que nos demoró 24. Récord para los Guinness de los viajeros. Muertos de hambre, vestidos de barro, con sed. Había que decidir qué hacer primero. Teníamos veinte minutos en el pueblo, y había que salir rápido. Fui primero por unas empanadas de queso y pollo. Más luego con bolsita de empanadas en mano me di un baño en una de las duchas públicas a las que uno puede acceder en Bolivia por tres bolivianos. Uno de los mejores baños que me di, tratando de sacarme todo el barro de la piel. Una vez limpio por dentro me puse mi traje de barro. No contaba con una muda de ropa aparte.
Bocinazos avisando que el micro partía. Disparé para el micro, buscando sentarme y extraer mi bolsita de empanadas para comer. Luego del almuerzo, me dispuse a dormir un poco, pensando que ya el camino estaba libre de barro. Cerré los ojos y comenzó de nuevo la pesadilla de salir a empujar el micro. Por suerte, ya en esta parte del camino sólo tuvimos que bajar como cinco veces.
Finalmente el camino se hizo de ripio y uno podía dejar atrás ese maltrecho viaje de Trinidad a San Ignacio de Moxos y un poco más para llegar a Rurrenabaque a las cinco de la mañana. Cuarenta horas de viaje tuvimos los pasajeros que bajábamos en Rurre. Otros todavía tendrían un día más hasta Guayamerin...
Espectacular relato, Wences! Me reí muchísimo con la historia de los hombres de barro, te imagino haciendo todo lo que contas y me piyo de la risa!
ResponderEliminarSubí alguna foto de vez en cuando, beso grande y que sigan las aventuras!!!!
VAMOS MONITO QUERIDO!!!... Que viajecito ehhh!!! jajaja... ¡¿Vas tanteando por donde va la cosa?! ;-)... ABRAZO VARÓN!!!
ResponderEliminarVictor
Fuerza Wency!!! Es mejor para la mente imaginarse los paisajes que bien relatas, que verlos por una foto. Abrazo y CUIDATE!!!
ResponderEliminarJuampi e Ine
Wenci: creo por lo que contas que este viaje es una de la cosas mejores que te puede haber pasado en tu vida, lo noto a través de lo que manifestas en tu relato. Disfuta mucho que lo que estas haciendo es muy dificil que vuelva repetirse. Continua con el viaje todo lo que puedas ¡¡¡¡FUERZA!!!!!. Saludos a los catalanes. Te quiero mucho. Papá
ResponderEliminarMonitooo, increíble relato!!!!, perdón pero te imagino y no puedo dejar de reirme!!!!, jajajaj
ResponderEliminarSeguramente nunca en tu vida te olvides de esas 40 hs y de todo lo q estarás viviendo..
Seguí disfrutando q cosas como estas son las que nos hacen sentir "vivos"
Beso grande!!
Matu
QUERIDO WEN ME Parece leer cuentos de garcia marques cuando leo tus relatos. te felicito me siento orgullosa de vos, se lo hago leer a mis amigas y le facinan.
ResponderEliminarya una irene magio te sale de correctora.
un beso
mama
para cuando vuelvas a cualquier guia de la RN 40 lo dejas chiquito.
ResponderEliminarAbrazo y que continue el viaje y las anecdotas.
Lucas Pearson