viernes, 18 de febrero de 2011

SONIDOS DEL CORAZÓN, ABRAZANDO AL PUEBLO DE RURRENABAQUE

…Llegamos a Rurrenabaque cuando los gallos empezaban hacer su canto matinal. Un cartel que dice: “Rurrenabaque la Perla del Beni”, nos daba la bienvenida.
Rurrenabaque significa: “Laguna de los patos”. Está enclavado en una zona cálida y húmeda, de poca altura sobre el nivel del mar, sobre un río y con montañas a sus alrededores.
De noche y entrando en la madrugada resultaba difícil encontrar hospedaje, cuando las puertas de estos lugares estaban cerradas y no respondían al sonido del “toc toc” del puño cerrado.
Después de un recorrido nocturno junto a la cantata de los gallos, encontramos alojamiento en Los Tucanes. Nos ofrecieron hospedaje a 35 boliviamos y no dudamos mucho en aceptar. El lugar estaba muy bueno con sus hamacas paraguayas colgantes, el bar, el pool y la ambientación. Además, el cuerpo pedía cama.
Era 2 de febrero, y en ese día había fiesta popular, se recordaba la fundación del pueblo, en homenaje a la Virgen de la Candelaria.
Luego de una mañana en que dormimos lo suficiente para reencontrarnos con nuestra alegre rebeldía, necesaria para acompañar el festejo de la fundación de Rurre, fuimos a recorrer las calles y los locales que estarían abiertos hasta las 14:00 hs. Esa hora marcaba el inicio de la marcha de las distintas comunidades: Chimanes, Mosenetes, Chamas y Tacanascon con sus ropas y músicas propias. 








 



Me fui a ver la marcha desde un cruce de calles que marcaba el inicio de la larga peregrinación de las comunidades locales. Todos los colores se estaban reflejando en la ropa de jóvenes, adultos y niños y niñas que bailaban al compás del grupo musical que los acompañaba.
Si bien todos los grupos que pasaban me llamaban la atención, a lo lejos empecé a escuchar un sonido familiar. Cada vez se escuchaba más cerca, hasta que pude visualizar el conjunto de tarkeadas “Cóndor Brillante” de la Comunidad de Piedras Blancas. Qué lindo sonaba, qué emoción tenía al ver al grupo de danza y música. Con mi mp4 me puse a grabar desde un costado para poder seguir tarareando la melodía y compartirla con amigos y amigas.
Les comento que la tarka es una flauta rectangular de madera de una sola pieza. En el sector del medio lleva seis agujeros para poner los dedos. Se acostumbra tocar la tarka con bombo y redoblante. Habitualmente se toca en época de carnaval.
No aguantaba más por preguntarles si podía compartir su música de ellos y sumarme a tocar con la tarka que me viene acompañando en el viaje. No sabía la respuesta que podía encontrar. Me dirigí hacia el guía del grupo y le conté que mi nombre era Wenceslao nativo de Buenos Aires Argentina, que en aquella ciudad tocaba en un grupo de sikus y tarkas llamado Wayra Qhantati (Vientos del Amanecer) y que quería saber si podía tocar. Una sonrisa de pocos dientes pero de un gran cariño acompañó un “sí, claro”.
Qué desafío poder tocar, me preguntaba si podría aprenderme el tema mediante el sólo espejo de ver dónde apoyaban sus dedos. No importaba nada, sólo el intento me colmaba de alegría.
A las cuadras de tocar, hicimos un impás y el guía aprovechó para saludarme efusivamente con un abrazo que se correspondió y luego me presentó a todos los integrantes de la tropa de tarkas y a los bailarines, comenzando claro por su gran esposa. No sabía cómo agradecerles la sonrisa que tenía con el corazón marcando el paso de la alegría. Qué mejor idea que comprar una botella de vino de la región de Tarija (Bolivia), y alcohol etílico. Se preguntarán para qué ésto último, bueno pues claro para tomar. Es una tradición en los grupos de sikus y tarkeadas tomar alcohol para calentar el cuerpo. Aquí la tradición se mantenía, pese al sol radiante que golpeaba nuestras cabezas. No es muy rico les voy aclarar, pero un sorbito se toma. Cuando tomas un poquito más de un sorbito, les aseguro que te voltea. Es muy difícil seguirles el ritmo, pero cuando se pasa en ronda la botella, no es muy bueno decir que no. Lindo pedalín me pegué. Por suerte, caminar y soplar la tarka ayudaba a no entrar en un bajón.
Caminamos tocando y bebiendo hasta la plaza principal, donde estaba la Iglesia y la patrona de la Candelaria. Junto a ella, las autoridades del jurado. Fue un momento donde los bailarines pusieron lo mejor de sí, y nosotros los tocadores hicimos llorar las tarkas en forma circular, sumándonos al baile.



 




Terminó la pasada y era hora de festejar el esfuerzo que realizó la comunidad de Piedras Blancas. Para el festejo cajones y cajones de cerveza, y a seguir tocando. Mientras celebrábamos, otros integrantes de otros conjuntos se sumaban al festejo pidiendo tarkas para tocar. Siguieron los festejos hasta que se hizo de noche y el conjunto se fue a un alojamiento de la Federación Campesina de Beni a seguir celebrando. Yo agradecí la participación y me invitaron a que al día siguiente me volviera a juntar para tocar la última pasada.
Estaba muy cansado, por lo que comí dos hamburguesas con picante y me fui a dormir.
Al día siguiente me dirigí a la Federación Campesina para volver a tocar. Las caras de borrachera y de dormir mal se reflejaban en todos los integrantes jóvenes y adultos de la comunidad. Fue así que se retrasó el inicio de la marcha casi dos horas.
En este segundo día me terminé de aprender bien el tema que se repetía una y otra vez. En la tocada por todo el pueblo, nos volvió a acompañar el alcohol etílico. Me costaba mucho tomar a las doce del medio día, pero mojando los labios hacía que tomaba y seguía su paso la botella en la ronda.
Ya no había autoridades, ni mucha gente en las calles, pero recibíamos al caminar aplausos de la gente de Rurre. Tenía la sensación de que los aplausos eran un agradecimiento por mantener nuestras tradiciones, por tocar y bailar lo propio de la cultura de los pueblos originarios.
El camino recorrido conjuntamente cruzó la plaza como el día anterior, pero siguió derecho hasta la Federación Campesina donde nos aguardaban más cervezas y un rico guiso.
Mi felicidad era muy grande, la sensación de integración me colmaba el corazón. Uno de mis objetivos del viaje era poder compartir la música andina con un conjunto de pueblos originarios.
En este segundo día, la Comunidad regresaba a sus pagos de Piedras Blancas. Yo, no encontrando más motivos para quedarme en Rurre, saqué pasaje para Yolosita - parada obligatoria para iniciar camino a Coroico-.
Fuertes y sinceros abrazos fueron la despedida, y recibí la invitación para que el año que viene vuelva al aniversario de Rurrenabaque. Del mismo modo, ofrecí una invitación a mi casa si algún día algún integrante viene a Buenos Aires…

miércoles, 16 de febrero de 2011

DEL BARRO VENIMOS AL BARRO VAMOS, CAMINO DE TRINIDAD A RURRENABAQUE

Trinidad amanecía con olor a colchón gastado. No me habían puesto las sábanas. ¿Cuántos cuerpos habrán dormido en esa cama de colchón duro, rígido como una bolsa de boxeo? Para poder flexibilizar mi cuerpo, una ducha de agua fría haría su trabajo masajeando los brazos, el cuello y las piernas.
Luego de que el frío recorriera de punta a punta mi cuerpo, arreglé el bolso buscando mejorar los pesos para no quedar volteado al caminar unas cuadras rumbo a la terminal. Sin embargo, me decidí por una mototaxi que me llevara a tomar “la flota”.
En la terminal me encontré con los catalanes y con la noticia de que el micro que nos iba a trasladar no llegaría a Trinidad porque la carretera estaba en mal estado -producto de las lluvias-. Nos ofrecieron tomarnos unas 4 x 4 rumbo a Sao Borja para luego hacer un traslado a Rurrenabaque. Al mismo tiempo, un chico de Rurrenabaque nos recomendó que tomáramos otra flota, ya que según él que no llegara el micro a Trinidad no se debía a problemas en el camino, sino a desorganización de la empresa.
Nos asaltó la duda de qué hacer... Pero la diferencia de precios, lo poco confortable del viaje en 4 x 4, y la confianza depositada en nuestro amigo de la terminal, nos hizo pensar que lo mejor era tomarnos otro micro y cruzar los dedos para que el clima de lluvias no golpee el camino de tierra.
A los pocos kilómetros de iniciar viaje, se planteó el primer desafío para el colectivero: Todos abajo. El micro debía atravesar una zona de barro. Con las abarcas (sandalias) todoterreno, bajé confiando que el barro sólo iba a molestar, pero no amenazar el calzado. A poco de caminar, me encontré con un charco amenazante en el que había que sumergir abarcas y pasar, pero la sandalia quedó hundida en el lodo. Bueno, a caminar en patas. Fueron unas cuatro cuadras para poder dejar que el micro hiciese su recorrido. Todos arriba. Si sólo había que bajar para que pueda andar, no parecía entonces que el micro tuviera muchos inconvenientes. Error. Iba a comenzar uno de los peores viajes que tuve en mi vida. No sé si fueron muchos, pero les aseguro que pasé por diversos desafíos. 



No se cuántos metros -y no digo kilómetros-, y todos abajo de nuevo. Ahora se trataba de jalar (tirar) con una soga el micro para sacarlo de un barrial, y hacer que vuelva a la huella. No iba a ser una, sino como quince las veces que tuviera que bajar la escuadrilla de arrieros de micro. El chofer, como patrón de estancia, nos indicaba: “bajen, jalen, jalen, ahora, fuerte, más fuerte, de nuevo”. Si alguno anda en un vehículo y se queda en el barro, no intente no ensuciarse, sino que haga su mejor esfuerzo y disfrute del barro, más tarde o más temprano, uno va a llegar a destino para bañarse. Es un consejo del Viajero de muchas lunas. 
Tal como reseño, quedé embarrado hasta el caracú. Lo mejor que podía pasar es secar rápido, para sacarse las cascaritas de barro de todo el cuerpo. Lo peor igualmente no era el barro en sí. Lo que más me hacía sentir el sacrificio de jalar el micro era que cada vez que lo sacábamos de un pozo o que tratábamos de que no se vaya a la banquina, debíamos caminar en el barro diez cuadras. La idea del chofer era que para poder garantizar que no nos quedemos nuevamente el micro debía andar y andar y andar, y nosotros, caminar, caminar y caminar. El problemita que teníamos era que el micro andaba y andaba, y nosotros caminábamos y caminábamos, pero se volvía a quedar. Entonces, la escuadrilla caminaba de a diez cuadras para sacar al micro nuevamente. En el andar de nosotros, no faltaban las caídas, los patinazos, las guerras de barro, y el dolor de caminar sobre el barro. Gracioso también resultaba que nos ensuciábamos, y nos limpiábamos con el agua del barro, pero duraba poco la limpieza.
Era ya de noche, y no llegábamos a ningún lugar. Entonces se decidió parar en medio del camino sobre un puente para dormir y proseguir la aventura de los hombres de barro al día siguiente.
Cada uno se fue acomodando como podía o quería en el micro. Otros decidimos dormir a la intemperie mirando las estrellas que se reflejaban sobre un río que nos cruzaba. Las cumbias/regaetton de los celulares se apoderaron del silencio de la noche. Había mucha juventud en el micro y los piropos iban y venían. Para los jóvenes a los que nos están saliendo algunas canas sólo nos quedaba dormir. Ayudó para eso una petaquita de ron que circulaba entre los catalanes. Finalmente, el sonido de la noche de insectos, sapos, murciélagos, se adueñó de lo que es su territorio. En un momento los animales de la selva callaron, y habló la lluvia. Desesperados, todos los que dormíamos a la intemperie, subimos al micro o nos colocamos debajo del mismo. Intenté esto último colocándome cerca de la rueda trasera, pero la lluvia era fuerte. Entonces traté de meterme en el micro, buscando mi asiento. Estaba ocupado, y para no interrumpir el sueño de un papá con sus dos hijas en brazos, me acomodé en algún lugar del suelo del pasillo del micro para que la noche pase rápido y arrancáramos viaje. Los constantes pisotones me impidieron pegar un ojo.
¡¡Arriba todos!!! “Chofer, chofer, vamos pues”.
Arrancamos viaje, dispuestos a convertirnos nuevamente en hombres de barro.
Alrededor de las doce, llegamos al pueblo de San Ignacio de Moxos. A este pequeño lugar al que deberíamos haber llegado en dos horas, y que nos demoró 24. Récord para los Guinness de los viajeros. Muertos de hambre, vestidos de barro, con sed. Había que decidir qué hacer primero. Teníamos veinte minutos en el pueblo, y había que salir rápido. Fui primero por unas empanadas de queso y pollo. Más luego con bolsita de empanadas en mano me di un baño en una de las duchas públicas a las que uno puede acceder en Bolivia por tres bolivianos. Uno de los mejores baños que me di, tratando de sacarme todo el barro de la piel. Una vez limpio por dentro me puse mi traje de barro. No contaba con una muda de ropa aparte.
Bocinazos avisando que el micro partía. Disparé para el micro, buscando sentarme y extraer mi bolsita de empanadas para comer. Luego del almuerzo, me dispuse a dormir un poco, pensando que ya el camino estaba libre de barro. Cerré los ojos y comenzó de nuevo la pesadilla de salir a empujar el micro. Por suerte, ya en esta parte del camino sólo tuvimos que bajar como cinco veces.
Finalmente el camino se hizo de ripio y uno podía dejar atrás ese maltrecho viaje de Trinidad a San Ignacio de Moxos y un poco más para llegar a Rurrenabaque a las cinco de la mañana. Cuarenta horas de viaje tuvimos los pasajeros que bajábamos en Rurre. Otros todavía tendrían un día más hasta Guayamerin...

viernes, 4 de febrero de 2011

VIAJANDO EN BARCO POR EL CHAPARE BOLIVIANO


Me desperté en Villa Turani escuchando el sonido de la lluvia que golpeaba los techos del alojamiento en el que me había instalado. Ver al cielo derramar vida sobre la tierra, hace a uno sentir lo mágico que tiene este mundo, su perfección. El agua es vida. La Pacha la necesita, todos necesitamos de ella. Que será de nosotros los humanos que no tomamos conciencia de nuestra autodestrucción. Cuando aprenderemos a no tirar botellas, papeles, cigarrillos cotidianamente en la calle o del automóvil o a llamar la atención a los transeúntes y conductores del daño que nos estamos haciendo.
El buen tiempo de la lluvia, me ayudó a ponerme en sintonía conmigo mismo. Un buen mate, iba a acompañar una mañana en la que me dediqué a tocar el siku y la tarka, tratando de encontrarme con quien vine a buscar. Iba tocando y pensando que ganas de tocar en un conjunto de sikuris de Bolivia o Perú, que ganas de regresar a Baires a compartir este saber que nos regalaron los pueblos originarios con los Wayra Qhantati. Mientras tocaba me decidía más y más a emprender un tramo del viaje por América Latina en barco. Para ello debía trasladarme a Ibirgazama y de ahí tomarme un taxi a Puerto Villaruel.
La lluvia terminaba de caer a media mañana y eran momentos de decisión de a dónde partir. Con algunas dudas, me reafirme sobre mis objetivos de viaje. Entre ellos atreverme a lo desconocido, desafiarme a mi mismo y confiar en mi instinto. Fue entonces, que armé la mochila y emprendí  viaje a dedo hasta Ibirgazama. Ya en la ciudad, compré  unas abarcas que me están acompañando en el viaje, dejando huellas en mi caminar. Estas sandalias son hechas con caucho, con gomas de vehículos. Luego de cambiarme el calzado, tomé taxi para el Puerto Villaroel.
Puerto Villaroel es una pequeña población que se encuentra sobre el río Ichilo. En la misma se encuentra una Capitanía de la Armada Boliviana donde consulté cómo es el viaje en barco a Trinidad. No tuve respuesta alguna, ya que el superior no se encontraba y ya era de tardecita.
Me puse a recorrer las tres o cuatro manzanas del pueblo, y en un ir y venir, me hicieron llamar. Era el capitán del barco Boljito. Me preguntó qué andaba haciendo y le conté mi intención de viajar en barco río arriba hasta la ciudad de Trinidad. Me contó que él estaba dispuesto a llevarme y que partiría el miércoles a primera hora. Tenía que cargar gasolina para llevarla más allá de Trinidad en la frontera con Brasil. Era el único barco que estaba por zarpar en la semana por lo que había que esperar tres noches para salir. ¿Dónde estaba el apuro?
En Villaroel me acomodé en el Alojamiento Sucre por 20 bolivianos. No había nada que destacar del mismo, nada más que su dura cama.
Mientras me disponía a dormir, leyendo a Gioconda Belli, escuché desde mi habitación la voz de una pareja de españoles, perdón quiero decir de catalanes. Pues así ellos respondían si les preguntaban de dónde eran. Salí de la habitación al encuentro de Joan y Anita y fuimos a compartir una cerveza bien entrada la noche en el único bar dónde aún había una luz prendida.
Encontramos que teníamos la misma intención y que al día siguiente íbamos a negociar el valor del traslado de Puerto Villaroel a Trinidad.
Fue así que al otro día fuimos a buscar a Fredy Mendez, el capitán del Boljito. No podía atendernos, ya estaba con el tema de la carga de la gasolina. Arreglamos para encontrarnos a la tardecita.
Mientras esperábamos que el día trascurra hicimos una pequeña excursión en una barca precaria de tres horas de duración, con la intención de ver una zona donde había búfalos y con suerte quizás avistábamos a delfines de agua dulce. Nada de eso vimos en el trayecto. De todos modos, encontramos una excelente vista que se ponía sobre el poniente viendo el atardecer.




Ya de noche regresamos y fuimos en busca del capitán. Lo encontramos e invitamos a sentarnos y tomar una cerveza. No teníamos idea de cuánto podía llegar a salir, sólo atinamos a calcularle cuánto nos podía salir por día un alojamiento, dos comidas y un desayuno y un traslado. Comenzó la negociación con 250 bolivianos. Algo que no estábamos dispuestos a pagar. No habíamos pensado previamente la estrategia, pero la mirada cómplice hacía que entre los tres tratáramos de ver la mejor posibilidad. Fueron 250, replicando con 150, más un 220, más nos plantamos en 150, entonces dijo: “bueno 150, pero sin comidas”. No nos convenció la propuesta y pudimos cerrar trato por 200, brindando los cuatro y deseando que el clima ayude para poder salir. El precio incluyó cuatro noches y tres días con desayuno, almuerzo y cena. Dormir  “arréglense como puedan”.
Finalmente, se acercaba el día de partida y como arrancábamos temprano fuimos a dormir al barco. Contaba para ello con una hamaca paraguaya y con un mosquitero que compré en el pueblo, algo imprescindible para el viaje.
Zarpamos el miércoles de mañana junto a la tripulación compuesta por el capitán, dos timoneles, dos encargados de los motores, la cocinera, y esposa, novias  y amantes de los tripulantes. La esposa era la del capitán, se comentaba que de puerto en puerto este se gastaba la plata en mujeres de una sóla noche.


Fueron días de mucha paz, de lectura rabiante e intensa, de mates dulces y armonioso sonido del agua que golpeaba al barco junto a música de fondo de la Patria Grande. Fueron noches que empezaban muy temprano pero que se estiraban boleando hoja de coca y mirando las estrellas, para luego colgar la hamaca, el mosquitero y esperar que los mosquitos no me acechen.






Todos los días desayunábamos a las 6 de la mañana, almorzábamos a las 12 y cenábamos a las 17 horas. Nos costó acostumbrarnos, pero era las reglas arriba del barco.
El día antes de llegar decidimos con Joan y Anita hacer unas tortillas a la española con una rica ensalada multicolor. Fue parte del trato con Fredy cocinarles. Por lo que llevábamos todo los materiales para la tortilla: huevos varios, papa y cebolla. Lo que no sabíamos era si iba a alcanzar para todas las personas a bordo. Salimos triunfantes de la comida, habiendo satisfecho el apetito de los tripulantes. Para celebrar descorchamos un vino tinto que llevábamos. Los tripulantes estaban locos de contento por tomar, tal es así que sacaron otro vino para acompañar la pos comida.
Un día a bordo del barco, a media tarde, subí a la cabina donde el timonel marcaba el rumbo del barco sobre las aguas del Rio Ichilo, y me disponía a disfrutar de un mate eligiendo como música de fondo a los Chalchaleros. Era el último concierto que habían realizado en Salta. La Argentinidad me salió por los poros y entre cebar y cebar mi cantar se hacía testigo de los tripulantes. Que desgracia dirán algunos, pero lo hacía con tanto amor, con tanta añoranza, que se dejaba sentir en mi cantar el cariño enorme que tengo por este pedacito de tierra al sur del Rio Bravo.
Fueron días muy intensos, que disfrutaba día a día. No importaba que los mosquitos me mataran a mordiscasos. Era algo que deseaba hacer, que me ensancho la libertad sin condicionamientos que le pongan cadenas.
El día sábado de madruga llegamos a Trinidad. Llegamos a una ciudad que siendo cabeza de departamento, no hablaba mucho por si sola. No habiendo mucho que recorrer y no sintiéndonos cómodos con el lugar, sacamos pasaje para el día siguiente.
En Trini estuve en el hotel Paulista por 30 bolivianos, no habiendo otros alojamientos más baratos. Fue un día para recomponernos, ducharnos, descansar en una cama y comer algo un poquito más variado de lo que fue el viaje.
Al otro día partimos rumbo a Runerrabaque a la Fiesta de la Candelaria, pero el sólo viaje merece una entrada. Tardamos más de 40 horas de viaje. Imagínense. Ya pronto escribiré y colgaré fotos…